Azteca – Gary Jennings

Adquiere un ejemplar

Hacia 1530 el rey Carlos I de España que reinó desde 1516 hasta 1556, uniendo por primera vez las Coronas de Castilla, Navarra y Aragón, pide al obispo de México Fray Juan de Zumárraga que le proporcione información sobre la vida y costumbres de los indios americanos.
Un indio de alrededor de 60 años: Mixtli o Nube Oscura es el elegido y quien narra frente al obispo y sus escribanos su vida, sus experiencias y a través de ellas el esplendor y la caída de un Imperio, nada más ni nada menos que el Imperio Azteca. 




El Imperio azteca, también llamado, Triple alianza o Imperio mexica, fue una entidad de control territorial, político y económico. Se establecieron en el centro del Valle de México, y expandiendo su control hacia ciudades-estado ubicadas en los actuales estados de México, Veracruz, Puebla, Oaxaca, Guerrero, la costa de Chiapas, Estado de Hidalgo, y parte de Guatemala.
En la cultura mexica, Aztlán (en náhuatl: 'aztatl', ‘"garzas", y tlan, "lugar entre"; "lugar entre las garzas"’) es el lugar legendario de donde habrían provenido los aztatecas, no aztecas (de hecho, aztateca es el gentilicio de Aztatlán), de quienes los mexicas serían descendientes. Aztlatlán suele ser identificado con una isla.
Su posible existencia y su localización han generado debate entre los investigadores, aunque la tesis más aceptada es que se trata de una representación simbólica de la misma México-Tenochtitlan o su nombre real Mexic-Tenoch, ahora Ciudad de México.

Nadie mejor que Mixtli nacido en pleno apogeo de la cultura azteca para referir sucesos que se tiñen alternativamente de crudeza y de ternura, de odio y de amor y que son narrados con el único y supremo valor que Mixtli conoce: la verdad.
Asistimos así al esplendor de una raza, y transitamos el delirio y la magnificencia de los diferentes jefes que forman la Triple alianza, hasta llegar a sus últimos estertores.
Desfilan por las páginas de Azteca: Montezuma, Cortés y la Malinche y entonces, la historia tantas veces leída en libros de historia adquiere nuevos colores ya que la particularidad de la obra, radica en le punto de vista del narrador, en este caso Mixtli, un azteca que vivió el brillo de su raza y asistió a la oscuridad en la cual se sumieron sus creencias, sus convicciones y su gente.
Esa mirada distinta, hasta ahora nunca abordada, es la que nos aporta no solo detalles sabrosos que los libros de historia olvidan sino, y esto es quizás lo más importante, de la novela, nos acerca la posible verdad de los hechos que hicieron desaparecer una de las civilizaciones más civilizadas de la historia de nuestro continente americano.
Según la Rae, civilizar es: Mejorar la formación y comportamiento de personas o grupos sociales. ¿Realmente hacía falta mejorar el comportamiento de los aztecas? Ciertamente para los aztecas mismos, no. De manera que lo único que hizo el español en estas tierras no fue mejorar, sino cambiar, trocar, diezmar y hacer desaparecer una cultura arraigada en sus costumbres: la azteca, y tomar su lugar, porque la cultura de los españoles tomó por ataque la cultura azteca y la vituperó primero, la denigró después,  la diezmo y la desapareció finalmente. Ante estos acontecimiento, cabe preguntarse ¿Eran los aztecas un pueblo incivilizado?
Veamos las palabras del propio Mixtli:

“Me apresuro a asegurarles reverendos frailes, que mis catequistas cristianos me educaron en forma diferente: me enseñaron que el entretenerme con una idea puede ser tan pecaminoso como la más lasciva fornicación. Pero entonces yo todavía era un idólatra, todos los éramos y las fantasías que no compartí ni cometí, no me causaban ningún problema, como no lo causaron a nade más”

Estas palabras muestran cuan cerca de una realidad más autentica, cuan cerca de una coherencia civilizada entre ser y hacer estaban los aztecas y cuanta falsedad y que alta dosis de cinismo que debería estar ausente de gente verdaderamente civilizada, les acercaba la tergiversación de la religión católica, supuestamente basada en el castigo y la prohibición, tan lejos de todo lo que de civilizar (mejorar el comportamiento) se trate. Porque ¿es necesario mejorar el comportamiento de alguien que de por sí no tiene un mal comportamiento sino un comportamiento diferente al propio?  No, porque eso sería imponer costumbres propias y negar la inevitable tendencia y necesidad humana de ser no es civilizar sino someter. La libertad es la base indiscutible de toda civilización y civilidad y someter es negar la libertad.
Por eso, las palabras de Mixtli al obispo Zumárraga son más bien un llamado a la cordura que nos habla de seres tan humanos y civilizados como quizás no encontrásemos entre los españoles que por ese entonces arribaron a estas tierras.
El hombre blanco, el español que vino a conquistar (según la Rae conquistar es ganar, mediante operación de guerra, un territorio, población, posición, etc.) estas tierras, no era sinónimo de lo que hoy conocemos como hombre civilizado. Según el testimonio de Mixtli no se bañaban y observaban tan poco decoro a la hora de comer como al momento de actuar en cualquier circunstancia social, sea esta una simple conversación, una cena compartida o el mismo acto amoroso, ni que hablar del poco respecto hacia las mujeres o la gente de servicio que el mismo jefe azteca (Montezuma en este caso) había puesto al servicio de los recién llegados a quienes atendían y reverenciaban con las pleitesías propias de un invitado de honor.
Porque el hombre blanco, el español que invadió (según la RAE invadir es  irrumpir, entrar por la fuerza) estas tierras solo aportó el desorden en la cotidianeidad y la falta de respeto en todas y cada una de las acciones que llevaba a cabo, sembrando la incivilidad porque el hombre blanco, el español no era un ser civilizado.
Pero Jennings no se queda estancado en la historia de los acontecimientos sociales y políticos de la época sino que, para placer del lector, nos acerca el costado más humano de este azteca que termina adueñándose de nuestra simpatía y solidaridad a la vez que representa a todo un pueblo y nos muestra que ese pueblo estaba mucho más cerca del amor que los hombres de la vieja Europa. 
Mixtli ama desesperadamente a Zyanya una mujer que nunca olvidará:


“(…) La belleza de tus veinte años causó tal impresión en mi mnete que se ha quedado ahí indeleblemente grabada. Nunca podré verte de otra manera, aunque la gente algún día diga: “viejo tonto, no está viendo más que una vieja” yo no podré creerles (…) “Recuerda siempre que los veinte te dejaron en veinte para siempre” Ella preguntó tiernamente:
 
-¿Para siempre?
Y yo le aseguré: -Siempre”

No solo el amor sino la poesía no están ausentes de esta historia en la cual por medio de sus palabras Mixtli hace un juego de palabras con el nombre de Zyanya que significa Siempre. 
La ternura, la pasión, la lealtad y el dolor que acompañan a todo verdadero amor también están presentes en esta historia que humanamente tampoco deja nada afuera. 

“Casi todos los caminos y los días de mi vida habían estado plenos y llenos de sucesos, sin muchos intervalos de ocio, y esperaba que siguieran siendo así hasta el final…”

Conocemos de boca de Mixtli si no la historia cabal, porque esa se la ha llevado el lodo del tiempo para siempre, si al menos la otra cara de una época:

“Bien su Ilustrísima, creo que con lo contado es suficiente. Yo no puedo cambiar sus pequeñas falsedades patéticas, ni tampoco la realidad todavía más patética. Pero la historia que les he contado es la historia que he vivido, en la que he tomado parte y todo lo que he dicho es verdad. Beso la tierra, lo que quiere decir: lo juro”




Con la precisión de un historiador, con la magia de un poeta y la destreza de un escritor que conoce su oficio, Gary Jennings logra un producto final de una calidad histórica y de una elegancia literaria como pocas veces encontramos de la mano.
Azteca es el primer volumen de una trilogía que se completa con: Otoño Azteca y Sangre Azteca que me esperan en el anaquel de mis lecturas pendientes.

Adquiere un ejemplar